En 2008, un conjunto de escritores y artistas reunidos en las playas imaginarias de Asunción de Paraguay redactaron una Karta-Manifiesto-de-Amor-Amor-en-
Portunhol-Selvagem dirigida a los entonces presidentes Fernando Lugo y Lula Da Silva, instándolos a quemar con fuego guaranítiko el contrato que regulaba los usos de la reserva Itaipú. La apuesta se dirigía luego a la invención de una nueva usina, ya no eléctrica sino generadora de un fluir de ideas sin fronteras, que precisaba una nueva lengua: el portunhol selvagem. Esa lengua de alto voltaje poético es también la lengua de un proyecto cuya táctica punkpolítica es, como mínimo, contramoderna y contra-corriente. Es sabido que el origen de nuestra lengua y de nuestras cartografías, estuvo vinculado a un viaje que comenzó con los que llegaron por mar y culminó con el deseo de exportar por el río la materia prima hacia el océano, haciendo de la boca (ese lugar donde el río desemboca) el espacio mercantil de apertura al mundo global. Dicho gesto hizo del espacio resonante de la boca y, por extensión, de la lengua en general y literaria en particular, un lugar de construcción de lo nacional, de demarcación de lo propio y de lo otro. Por el contrario, el portunhol selvagem busca devorarse los restos vivos de la modernidad y devolverla contrabandeada, pirateada, migrada, transfronterizada. Y, sobre todo, devolverla ya no sólo por la boca sino con el cuerpo entero. Es decir hacer que la lengua ya no sea “LA lengua Real” (y académica) sino otra vez lengua-lengua, al mismo tiempo signo y órgano encarnado, cuerpo. Contra la utopía a la vez fundacional y nacionalista de articular voz, letra, mapa y ley, los inventores de este “deslimite verbocreador indomábelle”, proponen un contraespacio que no sólo impugna las cartografías político-jurídicas sino que expone a la vez otro principio constructor posible que opera ya no por diferenciación sino por yuxtaposición: superponen en un lugar real varios espacios, varias lenguas, varios tiempos que se presumen ajenos al presente reglado. El portunhol selvagem es ese invento translingual, híbrido, hídrico, carnal y desbordado cuyo mentor principal es Douglas Diegues. Douglas aproxima una definición autoboicoteada, diciendo: “El portuñol selvagem es guarani punk, punk guarango, um mix de português, castellano, guarani, spanglish, franxute, italiano fake, alemán trucho, pero jamás unicamente eso, porque el portuñol selvagem non tiene ni es una fórmula. Non podemos explicarlo mucho sin traicionarlo. Pero podemos desexplicarlo un poco. Nel corazoncito de llanta de camión del portuñol selvagem cabem todas las lenguas del mundo. Non hay limites ni habría porque limitarlo”. Y es justamente el roce entre lenguas lo que lo vuelve inmediatamente una erótica: la liberación extasiada de un fluido de energías que crea su propio lugar oceánico y gozoso. Un Mar que rememora la corriente subterránea del mar entrerrianense, mar paraguayo, mar hoy inexistente pero que supo aunar en una misma marea a Brasil, Paraguay, Uruguay, Bolivia y Argentina mucho antes de que estos países existieran.
Ya Wilson Bueno había recreado ese Mar Paraguayo inventando un vórtice de escritura en la que el español y el portugués se mezclaban con la errancia y la liviandad de la espuma. Perlongher le llamo “sopa paraguaya” a ese “zoo de signos” de “portunhol malhado de guaraní”; un portunhol mechado o quizás sea mejor decir machado en salteño, es decir, embebido, chupado de guaraní. Porque tanto el portunhol de Bueno como el de Dieguez vuelven al guaraní para trazar desde allí su “lengua poétika de vanguarda primitiva”. Pero vuelven menos como quien retorna a una raíz que como quien encuentra allí un solvente, un medio de disolución de las lenguas con mayúscula y un principio de construcción que moviliza el fraseo emulando lo líquido y lo etílico. Y si es Paraguay el espacio elegido para la ficción lingüística quizás lo sea por la fábula etimológica que la materialidad del significante conserva. Como si Paraguay, ese topónimo guaraní, guardara la cifra para crear una lengua para-estatal, una para-lengua (siendo “para” río, agua); una lengua que opere por conjunción flotante (rememorando que la “Y” de Paraguay significa también agua y por extensión río). Una lengua-corriente desterritorializante que licúe los estados y los vuelva flotantes, sin aduanas ni fronteras.